cómo lidiar con el estrés y la ansiedad

Todos hemos experimentado momentos de tensión, dificultad para respirar y palpitaciones. A menudo, estos síntomas

surgen sin que comprendamos completamente por qué.


Estrés y ansiedad son parte de nuestro mecanismo de lucha o huida, esencial para nuestra supervivencia, ya que nos permiten reaccionar ante peligros. Por supuesto, las amenazas a las que estaban expuestos nuestros ancestros no son las mismas a las que estamos expuestos ahora mismo nosotros; claro está que el ataque de un elefante y la presión de tu jefe sobre ti para que entregues ese proyecto antes del viernes a las cinco de la tarde no tienen nada que ver... ¿o sí?

Debemos pensar desde el punto de vista de que todo aquello que perturba nuestro estado basal de tranquilidad y sosiego y mete un par de marchas a nuestro sistema de respuesta y acción, ya sea un elefante o tu jefe, producirá una respuesta en nuestro organismo, y repito: ¡menos mal!, porque hemos de tener claro que necesitamos disponer de un sistema de respuesta. ¿Sabes por qué? Pues porque si no lo tuviéramos seríamos algo así como rocas inertes que se quedan tal cual ante el viento, un elefante, un huracán, el jefe, un abrazo, una sorpresa, un plato de comida deliciosa, un beso...

¡Necesitamos este sistema de respuesta para poder interactuar con el medio!

Bien, la cosa se complica cuando este sistema, que está generado para que tenga una respuesta rápida, un pico de adrenalina que se dispara en nuestro torrente sanguíneo proveniente de nuestras suprarrenales –esas glándulas con forma de sombrero de brujita que están en la cúspide de nuestros riñones–, produce una contracción de nuestra musculatura y, por tanto, una acción mecánica de nuestro cuerpo: ya sea correr despavoridos lo más lejos que podamos del elefante o ponernos a escribir a la velocidad de la luz el informe que nuestro jefe nos ha pedido para ya mismo. Si todo va bien, este sistema cumple su función y ¡salvamos nuestra vida! No hemos muerto aplastados por un elefante y, además, mantenemos nuestro empleo. ¡Uf!, nos hemos librado por esta vez... gracias a nuestro sistema de estrés adrenérgico de respuesta rápida. Ahora ya podemos regresar a nuestro árbol favorito, reposar y dormir un poco o irnos de fin de semana a Ámsterdam a lo que tú quieras hacer allí de manera relajada.

Pero espera, espera... Esto no me cuadra. ¡Yo sigo con este subidón! Es como que se me ha quedado en el cuerpo. La tensión muscular me acompaña todo el fin de semana, me siento muy cansado, tengo dolor de cabeza y llevo unos días

con estreñimiento, la comida no me sienta bien, me cuesta conciliar el sueño... ¿Qué pasa aquí?

ESTRÉS PROLONGADO

La diferencia principal entre nuestras respuestas y las de nuestros ancestros radica en cómo procesamos el estrés. Mientras que ellos podían desconectarse del estrés una vez pasada la amenaza, nosotros tendemos a quedarnos atrapados en ciclos de preocupación y tensión, lo que puede llevar a la ansiedad crónica. Esto se debe a que el sistema de respuesta al estrés está diseñado para situaciones de corta duración, no para el estrés prolongado.

Cuando acumulamos estrés y no atendemos las señales iniciales, la ansiedad puede intensificarse y llevarnos a estados de agobio que afectan nuestra salud física y mental. La ansiedad no es solo una prolongación del estrés; es una reacción compleja a un estado de alerta constante que no hemos logrado apaciguar. Para enfrentar esto, es crucial escuchar al cuerpo y la mente y responder de forma adecuada. Necesitamos identificar lo que realmente necesitamos y deseamos atendiendo nuestra sabiduría interna. La ansiedad nos señala que debemos prestar atención a asuntos no resueltos o ignorados en nuestra vida.

La gestión efectiva del tiempo y la organización ayudan a prevenir la sobrecarga y el agotamiento. Es importante expresar nuestros pensamientos y sentimientos, ya sea a través de la escritura, la conversación o la terapia. Las actividades físicas y creativas también son vitales para liberar tensiones y centrarse en el presente.

Anterior
Anterior

diario de una terapeuta

Siguiente
Siguiente

somos, habítate